(artículo ficticio de un ficticio1998)
Cada vez resulta más y más extraño encontrar escritores que construyan una obra con una reconocida calidad literaria y que por otra parte cumplan la función imprescindible que ésta debe tener, que es, por suerte o por desgracia, la de ser leída. Además tiene que ser leída por lectores tan diferentes en sus gustos y exigencias que se podría decir que también hablan idiomas diferentes. Yendo más lejos: construir una obra así es prácticamente como construir una torre de Babel y para esto se requiere, por muy descabellado que suene, que el escritor sea un gran políglota. Un escritor aparte de hablar su propia lengua, tiene que hablar el idioma del lector, el del editor, el del crítico literario y evidentemente el del público más culto y del que no lo es tanto. Tiene que hablar los idiomas de sus colegas literatos y por qué no, también debería hablar el idioma de los universitarios en el que también van incluidos los profesores. Para ser más completos, también tiene que hablar el idioma de los adolescentes, y todo esto, repito, sin olvidar el suyo propio.
Cada vez resulta más y más extraño encontrar escritores que construyan una obra con una reconocida calidad literaria y que por otra parte cumplan la función imprescindible que ésta debe tener, que es, por suerte o por desgracia, la de ser leída. Además tiene que ser leída por lectores tan diferentes en sus gustos y exigencias que se podría decir que también hablan idiomas diferentes. Yendo más lejos: construir una obra así es prácticamente como construir una torre de Babel y para esto se requiere, por muy descabellado que suene, que el escritor sea un gran políglota. Un escritor aparte de hablar su propia lengua, tiene que hablar el idioma del lector, el del editor, el del crítico literario y evidentemente el del público más culto y del que no lo es tanto. Tiene que hablar los idiomas de sus colegas literatos y por qué no, también debería hablar el idioma de los universitarios en el que también van incluidos los profesores. Para ser más completos, también tiene que hablar el idioma de los adolescentes, y todo esto, repito, sin olvidar el suyo propio.
Llegados a este punto creo que no hace falta decir que desde hace un tiempo llevo leyendo y releyendo a uno de estos eruditos escritores y no sin gusto me gustaría presentarlo a los que todavía no les ha hablado en ningún idioma: Roberto Bolaño. Nacido en Chile en 1953 y residente en Blanes desde hace más de 20 años, se yergue en el panorama literario actual como un políglota sin apelativos. Ha publicado recientemente su último libro en Anagrama “Los detectives salvajes”, la misma editorial que lo dio a conocer con la novela « Estrella distante » en 1996 y con los 14 cuentos de “Llamadas telefónicas » en 1997. Tres libros en Anagrama (antes ya había publicado con escaso éxito una novela Seix Barral y Acantilado respectivamente) son un pequeño bagaje para estar hablando de un escritor que potencialmente llega al público más y al menos refinado, pero también sólo tres libros que han sido suficientes para que Bolaño haya llegado a hablar a tantos lectores.
El primero de ellos, « Estrella distante », quiso hablar la lengua de la crítica especializada, la cual lo alabó sin tapujos y lo clasificó de pequeña obra maestra. Su argumento – la búsqueda tras un criminal que escribía versos en latín en el cielo con un avión - está al nivel de su capacidad narradora. Valgan como ejemplo las palabras de Luis Alonso Girgado en Diario Córdoba: “Bolaño exhibe no sólo una poderosa y original capacidad imaginativa, sino una inusual fuerza narrativa y una persuasiva forma de encajar la vida literaria”. O las de María Bermúdez en Clarín: “Audaz escritura, un sorprendente efecto de distanciamiento y frialdad al narrar el infierno atroz al que nos lleva ese poeta-aviador maestro del horror”. O las de un crítico como Joaquín Marco: “ha formulado una historia en la que vida y literatura se confunden dramáticamente; donde la estética del mal se encarna en personajes que simbolizan una historia real que escapa a los límites de un Chile captado como tragedia”. Así como la aparición de la primera de las innumerables reseñas que ya le ha escrito el renombrado crítico de El País, Ignacio Echeverría.
Dominar esta lengua fue un buen comienzo, aunque no sea altamente productivo económicamente, ya que hasta el día de hoy no se han vendido ni 2000 copias.
Un año más tarde y ya controlando perfectamente el idioma de su editor Jorge Herralde, Bolaño nos obsequia de nuevo con un gran libro de 14 cuentos en el cual su poligloto-manía hace que pueda envolver incluso al lector menos dotado lingüísticamente. En su cuento «Sensini» nos describe las peripecias y penurias por las que tienen que pasar los escritores para sobrevivir, llegando a la situación de intentar ganarse la vida ganando concursos literarios y en el que Bolaño conversa a su vez con el mismo y con sus colegas literatos. En otro de ellos, “Una aventura literaria“, deja claro que conoce también el idioma de los amantes de la literatura (posiblemente también políglotas) introduciéndonos en el tema del doble al más puro estilo de Borges. Hasta en su variedad temática y narrativa llega penetrar en el mundo del porno en “Joanna Silvestri” donde nos explica la triste relación de ella con un ex–compañero de rodaje supuestamente enfermo.
Si ya Bolaño dejaba claras sus intenciones de construir su torre de Babel con estos dos libros - o si prefieren una obra total - bien es cierto que le faltaba consolidarse como el escritor políglota al que me refiero. Igual que como en su tiempo lo pudieran hacer escritores de la talla de Dickens, cuyos escritos no sólo van a perdurar como catedrales en la historia de la literatura sino que también podía hacer de su escritura un oficio, o como más recientemente el austríaco Thomas Bernhard, objeto de meticulosos estudios universitarios y que casi se le publicaba tan rápido como se le traducía, también le faltaba a Bolaño su recién publicado “Los detectives salvajes”. Una historia que gira en torno a Arturo Belano (Alter Ego de Roberto Bolaño) y Ulises Lima (representando a Mario Santiago Papasquiaro), dos jóvenes poetas mexicanos que junto con una prostituta y otro poeta se lanzan por los desiertos de Sonora a la búsqueda de la desaparecida Cesárea Tinajero, fundadora del grupo literario realvisceralistas, mientras que a la vez el proxeneta de la prostituta los persigue para arrebatársela. En medio de esta historia (el libro está dividido en tres partes) aparecen 54 relatos en los que se hace una referencia total o parcial a los dos personajes principales. 54 relatos en los cuales lo pintoresco, lo humorístico y lo esperpéntico se mezclan para que el lector vea 54 diferentes Belanos y Limas. Escritores fracasados, un editor perseguido por pistoleros a sueldo, un padre de famlia encerrado en un manicomio mexicano, Belano y Lima como vendedores de droga, como detectives, como poetas y como viajeros. Historias tan diversas, grotescas y dispares como Arturo Belano retando a un duelo con espadas a un crítico literario - que bien podría ser Echevarría - mientras su novia lo observa desde dentro de un coche, situaciones como pasar la Nochevieja encerrados en la casa de unos amigos con una prostituta, mientras son acechados desde fuera por el proxeneta de ella o como la de Ulises Lima siendo expulsado de Austria junto con un nazi de nombre Heimito.
Con la variedad argumental en sus historias, con la originalidad estructural y su fuerte sentido del humor, no es de extrañar que Bolaño se acerque a una gran variedad de lectores y que a estas alturas se le pueda calificar de lo que hoy estoy llamando políglota. Bolaño habla con todos. “Los detectives salvajes” hablan con todos. Con los lectores que solamente quieran seguir un argumento pueden leerlo desechando la segunda parte de la novela, con los lectores que pretendan encontrar una filosofía detrás de su literatura pueden relativizar el mundo con las distintas concepciones de sus personajes, incluso con los lectores que quieran hacer de su literatura un objeto de análisis pueden indagar en sus complejas estructuras.
No sé si Bolaño continuará siendo políglota, si seguirá combinando su originalidad, fantasía y estética narrativa y la vez deleitar a toda clase de públicos o si aprenderá más idiomas que le ayuden a crear una obra redonda. Pero sí que se puede decir que con las lenguas que ya domina se une a los que ya desafiaron a Yavé para levantar su torre hasta el cielo. Ya no parece tan utópica. Yo, por el momento, le ayudo a construirla.